10. Participación escolar
La cultura de participación se aprende ¡practicándola! Participar, en diferentes asociaciones, movimientos, actividades va generando una manera de hacer... no todas funcionarán y nos llevaremos muchas frustraciones, pero de todas se aprende para la siguiente ocasión. Asociaciones vecinales, grupos de música, plataforma antidesahucio, casas regionales, grupo scout, club deportivo, organizaciones feministas, sindicatos, grupos de lectura... y otras tantas.
Y obviamente, no es participación todo lo que reluce. Muchas asociaciones, organizaciones o iniciativas de participación tienen una estructura vertical, en la que participar se reduce a pagar un cuota u ostentar una membresía, básicamente como clientes o usuarias/os.
No todo es tan fácil, ciertamente, aprender a participar es un proceso largo y complejo, no tenemos referentes claros y es fácil caer en liderazgos autoimpuestos, pasotismo, falta de implicación, frustraciones, cargas de trabajo desiguales... cualquiera que se haya involucrado en trabajo asociativo voluntario lo habrá vivido. Además, si castigamos la participación o no se logran los objetivos deseados, la energía que implica se diluye y acabamos por tomar caminos más individualistas.
Mi propuesta de participación escolar es formar una asociación juvenil (podría ser también otra estructura asociativa) durante la duración de un curso y disolverla al final del curso. A través de la asociación se pueden organizar salidas, participar en campañas y apoyar movimientos como entidad colectiva, preparar jornadas temáticas o celebraciones, o incluso cambiar aspectos organizativos del propio centro escolar, pero esto vendrá definido por el grupo de clase tras fijar sus objetivos.
El profesorado organizaría unas sesiones preliminares para explicar cómo conformarse de manera oficial, diferentes modelos de organización y su representación mediante organigramas, definición de objetivos, organización de proyectos y reparto de tareas, equidad y responsabilidad.
Sería importante involucrar alas familias, pero no como fin en sí mismo, sino porque como menores, pueden necesitar el apoyo de sus responsables legales, o su permiso o que medien en determinadas situaciones con otras instituciones o servicios.
La idea es definir una necesidad o deseo y plantear una organización para conseguirlo, y evaluar de manera periódica (bimensual) si el objetivo sigue siendo el mismo o ha cambiado y cómo cambiar el método para lograrlo.
Además de trabajar el objetivo común, se irán realizando sesiones para ensayar la mediación, la toma de decisiones asamblearia, el seguimiento de procesos, el control del tiempo, la participación equitativa y cómo evaluarlo y mejorarlo.
Al final del curso, se valorará si el modelo creado ha conseguido sus objetivos y se debatirá sobre su disolución. Puede ser un auténtico desastre, pero también todo lo contrario.
Producir lo común, de la editorial Traficantes de sueños, es un libro en el que los ejemplos de organización colectiva rebasan nuestra concepción del mundo. Muy, pero que muy recomendable.
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